Un discurso magnífico que Denisse leyó en la entrega de reconocimientos a los 50 personajes que mueven a México. Se difundió muy poco el 1º. de abril. Dieron cuenta del evento: Excélsior, La Vanguardia y alguno sobre "espectáculos". Muy lamentable que le hagan mutis y los medios silencien una voz crítica que disgusta al poder. Estimo que debe difundirse muy ampliamente. Vale la pena.
LOS QUE MUEVEN A MEXICO
DENISE DRESSER
Alguna vez, el periodista Julio Scherer García le pidió a Ernesto Zedillo que le hablara de su amor por México. Le sugirió que hablara del arte, de la geografía, de la historia del país. De sus montañas y sus valles y sus volcanes y sus héroes y sus tardes soleadas. El ex-presidente no supo qué contestar. Hoy es probable que muchos mexicanos tampoco sepan cómo hacerlo. Hoy el pesimismo recorre al país e infecta a quienes entran en contacto a él. México vive obsesionado con el fracaso. Con la victimización. Con todo lo que pudo ser pero no fue. Con lo perdido, lo olvidado, lo maltratado. Con la crónica de catástrofes; de corruptelas; de personajes demasiado pequeños para el país que habitan.
México padece lo que Jorge Domínguez, en un artículo en Foreign Affairs, bautizó como la "fracasomanía": el pesimismo persistente ante una realidad que parece inamovible. La propensión colectiva a pensar que la corrupción no puede ser combatida; que los políticos no pueden ser propositivos; que la sociedad no puede ser movilizada; que la población no puede ser educada; que los buenos siempre sucumben; que los reformadores siempre pierden. Por ello es mejor callar. Es mejor ignorar. Es mejor emigrar.
Pero lo que nos congrega aquí hoy sugiere lo contrario. Por cada tache que se le pueda colocar a este país, existe una paloma. Más de 50 palomas. Frente a todos los motivos para cerrar los ojos están todos los motivos para abrirlos. Frente a las razones para perder la fe en México están todas las razones para recuperarla. La determinación de Lorena Ochoa. La pluma de Carlos Fuentes. La inteligencia de Mario Molina. El profesionalismo de Carlos Loret de Mola. El talento de Salma Hayek. La chispa de Diego Luna. La visión empresarial de María Asunción Aramburuzavala. La imaginación de Ángeles Mastretta. El humor de Carlos Monsivaís. La tenacidad de Alejandra de Cima. La sencillez de Gael García Bernal. Las canciones de Julieta Venegas. El espíritu democrático de Margarita Zavala. La creatividad de Julieta Fierro. La forma en la cual Alondra de la Parra conduce una orquesta o Rafael Márquez mete un gol o Cristina Pacheco hace una entrevista. La labor filantrópica de Alfredo Harp Helu. El periodismo implacable de Miguel Ángel Granados Chapa. La arquitectura de Teodoro González de León. La voz de Ximena Sariñana. Los huipiles de Beatriz Paredes.
Cada persona tendrá su propia lista, su propio pedazo del país colgado del corazón. Una lista larga, rica, colorida, voluptuosa, fragante. Una lista que debe comenzar con las palabras de la chef Marta Ortiz Chapa: "Siempre me gusto ser mexicana". Una lista con la cual contener el pesimismo; un antídoto ante la apatía; una vacuna contra la desilusión. Una lista de lo mejor de México. Una lista para despertarse en las mañanas. Una lista para pelear contra lo que Susan Sontag llamó "la complicidad con el desastre".
Una lista como la compilada por la revista "Quien" hoy pero que en mi propio caso va más allá de ello para incluir todo lo que yo amo de mi país. Los murales de Diego Rivera. Las enchiladas suizas de Sanborns. Las mariposas en Michoacán. El cine de Alfonso Cuarón. El valor de Emilio Álvarez Icaza. Los huevos rancheros y los chilaquiles con pollo. El mole negro de Oaxaca. Los libros de Elena Poniatowska. La decencia de Germán Dehesa. Los tacos al pastor con salsa y cilantro. El mar en Punta Mita. La poesía de Efraín Huerta. El Espacio Escultórico al amanecer. Cualquier Zócalo, cualquier domingo.
La forma en que los mexicanos se besan y se saludan y se dicen "buenas tardes" al subirse al elevador. Las fiestas ruidosas los sábados por la tarde. La casa de Luis Barragán. Los amigos que siempre tienen tiempo para tomarse un tequila. Los picos coloridos de las piñatas. Las casas de Manuel Parra. Las bugambilias y los alcatraces y los magueyes. Las caricaturas de Naranjo y los cartones de Calderón. El helado de guanábana. La Talavera de Puebla. Las fotografías de Graciela Iturbide. Los mangos con chile parados en un palo de madera. Las comidas largas y las palmeras frondosas. Las mujeres del grupo Semillas y las mujeres que luchan por otras – todavía – en Ciudad Juárez.
Y más allá de este recinto y este reconocimiento a cincuenta personas, habría que aprovechar la ocasión para pensar un momento en todos aquellos que también mueven a México. Sus habitantes. Ese país habitado por millones de hombres y mujeres mexicanas que se levantan al alba a prender la estufa, a preparar el desayuno, a remojar el arroz, a planchar los pantalones, a terminar la trenza, a correr detrás del camión, a trabajar donde puedan y donde les paguen por hacerlo. El país de muchas mujeres y hombres que duermen poco porque cargan con mucho.
Para acompañarlos les pido que piensen por un momento en las siguientes preguntas. Y si ustedes vivieran y mantuvieran a sus familias con 3,000 pesos al mes? Y si les tomara mas de dos horas y tres formas diferentes de transporte público llegar a su trabajo? Y si al regresar a casa, después de un largo día, su esposo las golpeara? Y si, aunque ustedes contaran su caso cientos de veces, prevaleciera el silencio? Y si su hija o su madre o su hermana fuera violada en la calle o cerca de un cuartel del Ejército? Y si en el Ministerio Público le dijeran que ella se lo buscó o que lo ocurrido no es un crimen? Y si resultara embarazada y la despidieran por ello? Y si hubiera complicaciones y no pudiera pagarle al médico? Y si ustedes estuvieran condenadas a la precariedad cotidiana como tantas más?
Para muchas mujeres en México esas preguntas no son hipotéticas sino reales. No representan lo que podría ocurrir sino lo que ocurre. En México, ser mujer entraña tener sólo 7 años de escolaridad promedio. En México ser mujer y trabajar en una maquiladora significa estar en peligro de muerte. En México, ser mujer implica el 30 por ciento de probabilidad de tener un hijo antes de los 20 años. En México todavía entraña luchar por el derecho a serlo.
Porque el país cambia pero no lo suficiente; porque México se mueve pero no a la velocidad que podría y debería. Algo está mal. Algo no funciona. Tiene que ver con el control y los privilegios. Tiene que ver con 23 millones de personas en este país que viven con 20 pesos al día. Tiene que ver con que 1 de cada 5 mexicanos entre la edad de 25 y 35 años vive y trabaja en Estados Unidos. Tiene que ver con el éxodo de 400,000 migrantes que cruzan la frontera en busca de oportunidades que no encuentran en su propio país. Con que el hijo de un obrero tiene solo el 5 por ciento de probabilidades de convertirse en profesionista.
Allí estan para quien las quiera ver: señales claras de un statu quo que es insostenible; síntomas de problemas profundos, históricos, estructurales. A lo largo del sur del país y a lo ancho de sus zonas más pobres. En cada institución disfuncional y en cada funcionario insensible que la encabeza. En cada decisión arbitraria por parte de alguien que ejerce el poder y en cada mexicana que padece sus consecuencias.
De allí que se vuelva imperativo celebrar a aquellos que están en la lista de quienes mueven a México, y al mismo tiempo reflexionar en lo mucho que falta por hacer. Pensar en un México menos cupular y más ciudadano. Menos elitista y más democrático. Menos interesado en retener las oportunidades insólitas que tienen algunos y más interesado en crearlas para otros. De lo que se trata, en esencia, es de cambiar la forma geométrica del país. Pasar del triángulo al rombo. Crear una amplia clase media poblada por personas con voz, con derechos, con oportunidades para generar riqueza y acumularla. Crear mexicanos, emprendedores, educados, competitivos, meritocráticos porque el país les permite serlo. Crear un sistema económico que promueva la movilidad social en vez de permitir la perpetuación de obstáculos que la inhiben.
Y vivir todos los días con esa lista de lo mejor y lo posible para así pelear contra la lógica enraizada del "por lo menos": "por lo menos hay paz social; "por lo menos" la pobreza extrema ha disminuido un poco; "Por lo menos no ocupamos el último lugar en las evaluaciones PISA de educación". "Por lo menos en el sexenio pasado sólo se robaron un Jeef Rojo y una Hummer".
Hoy, la lógica compartida del "por lo menos" equivale a una defensa de la mediocridad. Equivale a una apología del statu quo que beneficia a pocos y perjudica a muchos. México solo será un país mejor cuando sus habitantes dejen de pensar en términos relativos y empiecen a exigir en términos absolutos. Cuando se conviertan en profetas armados con una visión de lo que podría ser. Cuando empuñen lo que Martin Luther King llamó "coraje moral".
Cuando vociferen que los bonos sexenales y la rapacidad de los sindicatos y la educación atorada y el desempleo constante y la inseguridad lacerante son realidades que ningún mexicano está dispuesto a aceptar. Porque si nadie alza la vara, el país seguirá viviendo – aplastado - debajo de ella. Porque si sólo 50 personas exigen que las cosas cambien, nunca lo harán. Porque si los mexicanos siguen habitando el laberinto de la conformidad, será muy difícil sacudir al país desde allí.
Quienes pueblan esta lista saben que hay tanto por hacer; tanto por cambiar; tantos sitios donde amontonar el optimismo. El optimismo de la voluntad frente al pesimismo de la inteligencia. El optimismo perpetuo que se convierte en multiplicador.
El optimismo que debe llevar espero – a cada uno de los presentes – a hacer una declaración de fe, como la frase que acuñó Rosario Castellanos. Una filosofía personal para ver y andar, vivir y cambiar, participar y no sólo presenciar.
Una filosofía para compartir la terca esperanza de quien habla hoy y acompaña a los premiados. La convicción inquebrantable de mejorar a México. De restañar a la República. De volver a México un país de ciudadanos. Un lugar poblado por personas conscientes de sus derechos y dispuestos a contribuir para defenderlos. Dispuestos a llevar a cabo pequeñas acciones que produzcan grandes cambios. Dispuestos a sacrificar su zona de seguridad personal para que otros la compartan.
Yo creo que ser de clase media en un país con cuarenta millones de pobres es ser privilegiado. Y los privilegiados tienen la obligación de regresar algo al país que les ha permitido obtener esa posición. Porque para qué sirve la experiencia, el conocimiento, el talento, si no se usa para hacer de México un lugar más justo? Para qué sirve el ascenso social si hay que pararse sobre las espaldas de otros para conseguirlo? Para qué sirve la educación si no se ayuda a los demás a obtenerla? Para qué sirve la riqueza si hay que erigir cercas electrificadas cada vez más altas para defenderla? Para qué sirve ser habitante de un país si no se asume la responsabilidad compartida de asegurar vidas dignas allí? Yo creo en la obligación ciudadana de vivir en la indignación permanente: criticando, denunciando, proponiendo, sacudiendo. Porque los buenos gobiernos se construyen a base de buenos ciudadanos y sólo los inconformes lo son.
Yo creo que muchos de los miembros de esta lista logran hacer cosas extraordinarias. Aquellos que hacen más que pararse en fila y en silencio. Individuos que pelean por los derechos de quienes ni siquiera saben que los tienen. Alejandro Martí, denunciando a los policías cómplices y acorralando a los políticos que los protegen. Carmen Aristegui, lidereando la oposición contra la impunidad y concientizando al país sobre sus efectos. Guillermo Ortiz, peleando por la competencia y denunciando los costos que el país ha pagado al obstaculizarla. María Elena Morera, sacudiendo a una sociedad aletargada y ayudándola a discernir el papel que debería desempeñar. Miguel Ángel Granados Chapa, defendiendo—con su columna -- la humanidad esencial de quienes la han perdido y ayudándolos a recuperarla. Ellos y tantos más, héroes y heroínas de todos los días. Ombudsmans cotidianos.
Yo creo que mientras existan individuos como muchos de los que hoy celebramos – encendidos, comprometidos, preocupados – el contagio continuará, poco a poco, y a empujones como todo lo que vale la pena. El monólogo de los líderes se convertirá en el coro de la población. La exasperación de los ciudadanos construirá cercos en torno a los políticos. Yo creo que un día – no tan lejano, quizás – habrá un diputado que suba a la tribuna y exija algo a nombre de la gente que lo ha elegido. En lugar de mirar con quién se codea en el poder, mirará a quienes lo llevaron allí. Y México será otro país, otro.+
Yo creo que eso es posible, pero sólo ocurrirá cuando la fe los mexicanos aplaudidos por la revista "Quien" se vuelva la convicción de muchos. Cuando la crítica fácil se traduzca en la participación transformadora. Cuando la creencia en el cambio se concretice en acciones diarias para asegurarlo. Cuando más mexicanos memoricen las palabras de mi amigo – el empresario y filántropo -- Manuel Arango: "El que no sepa qué hacer por México que se ponga a saltar en un solo pie y algo se le ocurrirá". Cuando saltando juntos logremos, de verdad, mover mejor a México.
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